Tu revista de arquitectura en Internet - N°3 Marzo 2007
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URBANISMO Y CIUDADANÍA

Jordi Borja - Geógrafo urbanista

Las ciudades actuales, incluida Barcelona, son una mezcla de cielo y de infierno. Antes de culpar a los ciudadanos de las actitudes incívicas y de tratarlos como a niños maleducados a los que hay que enseñar las reglas de la urbanidad tradicional, conviene en primer lugar hablar del incivismo del urbanismo real, del que muy a menudo son responsables o cómplices las políticas públicas.

Foto gris de un bloque de apartamentos

Estamos viviendo una época curiosa: se exalta la ciudad pero, al mismo tiempo, con frecuencia se practica una arquitectura "urbanicida". O quizá fuese más exacto decir que esta arquitectura es la expresión de unos procesos urbanos que niegan la ciudad; un urbanismo del miedo, del miedo a la ciudad; una nueva versión del rechazo que casi siempre ha mantenido el pensamiento conservador con respecto a la ciudad; un urbanismo de mercado que, en lugar de enfrentarse con sus efectos desequilibradores, se adapta a sus dinámicas, vende la ciudad al mejor postor y deja que se extienda una urbanización difusa que multiplica las desigualdades sociales; un urbanismo que se expresa en arquitecturas banales, en bloques aislados y aislantes y que, cuando pretende ser monumental, suele convertirse en una afirmación presuntuosa del poder político o económico ( 1) .

Por tanto, si hay que hablar de urbanismo y de civismo, antes de culpar a los ciudadanos y de tratarlos como a niños maleducados a los que hay que enseñar las cuatro reglas de la urbanidad tradicional más o menos aplazada, hablemos primero del incivismo del urbanismo real del que muy a menudo las políticas públicas son responsables o cómplices.

"La ciudad, cielo e infierno" titulaba el periódico El País un excelente extra dedicado al Foro Urbano Mundial ( 2) . El cielo es cuando la ciudad construye lugares atractivos donde vivir (Richard Rogers); el infierno, cuando domina la arquitectura "urbicida" (Luis F. Galiano).

En el texto que sigue expondremos esta mezcla de cielo e infierno que hoy encontramos en nuestras ciudades, también en Barcelona ( 3) .

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DISTINCIÓN, SEGREGACIÓN Y PROTECCIÓN

El urbanismo actual es con mucha frecuencia un "urbanismo de productos" que no responde tanto a una visión de ciudad, sino más bien a una oportunidad de negocio; o, cuando el promotor es el sector público, el negocio puede consistir en realizar una actuación socialmente necesaria al mínimo coste. El urbanismo de productos es la respuesta a dos dinámicas propias de la economía urbana de mercado. Una es la conversión de las áreas centrales en parques temáticos del consumo y del ocio sometidos a un uso especializado y depredador. La otra es la dispersión periférica por piezas segregadas, creando espacios banales, fragmentos fracturados por ejes viales y suelos expectantes.

En la Barcelona metropolitana, la región, el suelo urbanizado se ha multiplicado por dos en los últimos 25 años pero la población sigue siendo aproximadamente la misma: éste ha sido el gran momento de la "urbanalización" ( 4) . En Madrid, la población de la región (es decir, la comunidad autónoma) se ha duplicado en los últimos 40 años, mientras que el suelo urbanizado se ha multiplicado por cinco ( 5) . Se trata de unos modelos de crecimiento difícilmente sostenibles que combinan la malversación de suelo, de energía y de agua, además de aumentar la segregación social ( 6) . Hay que recordar que la distancia de los productos del urbanismo disperso (por ejemplo, los conjuntos, ya sean de bloques o de casas adosadas) respecto de los centros ciudadanos multiplica los efectos negativos de la segregación social puesto que reduce la movilidad de las personas con menos medios o más vulnerables.

La reducción del espacio público es inherente a los productos urbanos de la dispersión segregadora. El afán de protegerse y de distinguirse implica la privatización de los espacios de uso colectivo y la "motorización" del espacio urbanizado no construido. Los barrios cerrados, tan frecuentes en Estados Unidos, empiezan a ser habituales en nuestro país. ¿Dónde queda la civitas o la polis , representada por el ágora, expresión del civismo?

Tampoco la encontraremos en los centros que se han convertido en comercio y ocio para uso de una población mayoritariamente forastera, consumidora compulsiva de la ciudad, con tendencias depredadoras propias de las masas turísticas que echan a perder el carácter ciudadano de plazas y avenidas. Y sobre estos espacios degenerados, se imponen las arquitecturas ostentosas, singulares, emblemas arrogantes del poder económico o del capricho presuntuoso del príncipe (o gobernante de turno). Edificios de firma, de arquitectos divinos en busca de una seguramente efímera inmortalidad y que, a diferencia de la arquitectura clásica, se caracterizan por la "no reproductibilidad", es decir, renuncian a contribuir a la difusión de la calidad arquitectónica ( 7) . El círculo se cierra: la alianza impía entre el urbanismo de negocio, la ostentación del poder y el divismo del artista se encuentran en la práctica (¿inconsciente?) del "urbanicidio".

En las nuevas periferias el panorama es, sin duda, mucho más desolador. Los espacios lacónicos de las viviendas estandarizadas y de parques de todo tipo (empresariales, universitarios, industriales, etc.), separados por autopistas, se ven solamente interrumpidos por las catedrales del siglo XXI, es decir, por centros comerciales y gasolineras (con discoteca y supermercado) abiertos las 24 horas ( 8) . Y después nos sorprenderemos de la violencia gratuita o desesperada de las tribus urbanas.

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NUEVOS ESPACIOS Y COMPORTAMIENTOS

La ciudad actual ya no es ni la del ámbito municipal ni la llamada ciudad metropolitana, sino que es una ciudad-región de geometría variable, de límites imprecisos, de centralidades confusas y de referentes simbólicos escasos, es decir, muchos "no lugares" para pocos lugares proveedores de sentido.

Los nuevos territorios urbanos son espacios diseñados más bien para la movilidad que para la inserción, más bien para la vida en gueto que para la integración ciudadana. Todo conduce a que el ciudadano se comporte como un cliente, como un usuario de la ciudad, es decir, que se comporte y use la ciudad según su solvencia. Los bienes y servicios urbanos tienden a la mercantilización y a la monetarización del ejercicio de la ciudadanía.

El individuo es un consumidor de ciudad, vive en un espacio, trabaja en otro, tiene relaciones sociales dispersas y movilidades variables. El ciudadano-usuario ( 9) de la ciudad metropolitana es atópico, no es de un lugar en concreto, y la conciencia cívica tiende a diluirse, a debilitarse.

Plaza con porche de un barrio de Barcelona

Evidentemente, estamos hablando de una tendencia que es más visible en unas ciudades que en otras y, aunque es menos evidente en Barcelona y en el sistema de ciudades catalanas que en otras regiones y es más fuerte en América que en Europa, también se va manifestando aquí, cada día con más fuerza. Además, los efectos negativos de esta tendencia a la multiplicación de los "no lugares" ( 10) no se contrarrestan con una moralina cívica. Se ha producido un debilitamiento de las estructuras tradicionales de integración ciudadana: la familia, el barrio, el lugar de trabajo o de estudio cerca de casa, las relaciones de amistad vinculadas al territorio, las organizaciones sociales de vocación universal - es decir, que pretenden englobar gran parte de las dimensiones de la socialización (parroquia, partido político, etc.)-. Las relaciones sociales también se van dispersando y volviéndose utilitarias y, si bien suponen unas pautas básicas compartidas, no se basan en un sistema de valores como el que daba cohesión a la comunidad urbana tradicional.

Se ha producido un aumento considerable de la autonomía individual o de grupo, incluso se ha caracterizado el potencial de progreso y de innovación de la ciudad moderna en función de su nivel de tolerancia con respecto a los comportamientos individuales y colectivos diferenciados (por ejemplo, se utiliza la tasa de gays como indicador de modernidad y de capacidad de la ciudad para integrar las poco definidas conceptualmente "clases creativas" ( 11 ). En cualquier caso, sería muy discutible lamentar la autonomía individual que han adquirido hoy los jóvenes, las mujeres o las personas mayores en algunos ámbitos de las ciudades que han sido configuradas física y culturalmente por la imagen dominadora del hombre adulto que trabaja. Y tampoco se debería considerar una regresión social la difusión social del coche o la moto, del teléfono móvil, del congelador, de la comida rápida, del ordenador portátil, etc. Es cierto que el núcleo familiar no funciona de la misma forma, ya que en la actualidad lo hace con un mayor grado de libertad individual. También son diferentes los espacios y los tiempos de uso de la ciudad de cada uno de los miembros de la familia, como también lo son las movilidades, las relaciones sociales y, con frecuencia, los vínculos identitarios. Estos hechos pueden dificultar la transferencia de valores cívicos pero también pueden facilitar la asunción de responsabilidades individuales.

Sin embargo, las tendencias que hemos descrito no son las únicas. El ciudadano metropolitano reacciona ante las incertidumbres presentes y futuras de su vida, frente a la débil inserción en un lugar y en una comunidad, frente a la falta de límites y de referentes de los territorios en los que vive y se mueve y frente a la multiplicación de identidades sin que ninguna sea la dominante; y en consecuencia aparecen comportamientos y demandas "comunitaristas", movimientos revalorizadores de la familia y de la religión, una recuperación de las identidades culturales perdidas y manifestaciones de arraigo y defensa del territorio del que se quieren reapropiar. En conjunto se pueden considerar unos "viejos-nuevos" valores de civismo que no siempre son la expresión de valores universalistas.

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ESPACIO PÚBLICO: EL LUGAR DEL CIVISMO (12)

Josep Pla decía: "[...] de las ciudades, lo que más me gusta son las calles, las plazas, la gente que pasa ante mí y que probablemente no veré nunca más" (Prólogo a Cartas de lejos , 1927). André Breton estaba fascinado por la magia de la ciudad, por la aventura posible que uno puede encontrar al torcer la esquina de cualquier calle ( Nadja ).

La buena fama de Barcelona, y en general de la ciudad europea, se debe, principalmente, a su urbanismo ciudadano, a la calidad del espacio público y a la vida urbana que permite. También es posible hacer una lectura positiva de las recientes tendencias del urbanismo.

Plaza del Pi en el barrio gótico de Barcelona

El lema "monumentalizar la periferia y hacer accesible el centro" fue todo un programa, un buen programa de urbanismo ciudadano.

Centro viejo de Barcelona

Conferir calidad a todos los barrios, a todas las periferias, hacerlas visibles y atractivas y socializar el uso de los centros evitando tanto la especialización temática como la degradación es construir una ciudad democrática y crear las condiciones para el ejercicio del civismo.

No es difícil deducir de este panorama, expuesto desde un punto de vista optimista, que de lo que se trata es de responder al urbanismo del mercado, del miedo y de la ostentación con otro tipo de urbanismo, el de la iniciativa pública democrática, el de la integración social y de la participación ciudadana.

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RETORNO A LA ARQUITECTURA

El director de urbanismo de la City de Londres decía que el equipamiento más importante de una ciudad era el café o el bar, el lugar en el que la gente se encuentra y charla, intercambia informaciones y comenta cotilleos, el lugar en el que pueden convivir personas de todo tipo.

Plaza del Macba con el edificio al fondo

"Una prueba decisiva de la buena relación entre el espacio construido y el espacio público es lo que podemos llamar 'espacios de transición'. Un ejemplo positivo lo encontramos en el Macba y el CCCB. Todo parece indicar que, por ahora, el ejemplo negativo lo constituirá la zona Fórum ".

En otras palabras, necesitamos muchos lugares de encuentro y de relación, ya que la relación con la ciudad y entre los ciudadanos es una relación de contacto, oral y sensorial, de hablarse y de verse, de escucharse y de tocarse, de olerse y de observarse; y, como ya hemos comentado, las arquitecturas urbanas pueden ser ciudadanas o urbanicidas .

Los grandes equipamientos, las infraestructuras de comunicaciones, los nuevos proyectos urbanos, que todavía en la actualidad están regidos por el mercantilismo, el miedo, la ostentación y las modas o se realizan en nombre de la rentabilidad y los prejuicios sobre la demanda, fracturan el tejido urbano y segregan poblaciones y actividades, imponen comportamientos de usuarios o clientes y favorecen el anonimato y la anomia sociales.

Se promueven operaciones de vivienda que, en algunos casos en nombre del mercado y de la maximización de los beneficios, y en otros, en nombre del interés social por maximizar la producción a bajo coste, generan espacios fragmentados, barrios cerrados y bloques discontinuos, por lo que no existe un espacio público real, espacios de socialización, de intercambio o de significación.

Un ejemplo de esto lo constituye el falso debate sobre los rascacielos. La cuestión no es la altura, sino la calidad del espacio que generan a su alrededor. Puede ser que una avenida o un barrio con muchos rascacielos generen un ambiente urbano rico y variado (como el área central de Manhattan). Todo depende de la disposición de los edificios, de la relación con el espacio vacío, de la contención de la circulación, de la diversidad de usos y de la animación de los locales de sus plantas bajas. Éste no es el caso de los bloques aislados que a menudo nos proponen los promotores, que no crean espacio colectivos sino vacíos para aparcamientos o zonas privadas, que no construyen tejido ciudadano, sino rupturas o discontinuidades, que no facilitan la vida social, sino el anonimato, que no hacen que la ciudad sea más amable, sino que esté más congestionada.

Rascacielos en Manhattan con los embarcaderos

Una prueba decisiva de la buena relación entre el espacio construido y el espacio público es lo que podemos llamar "espacios de transición".

Nuestra cultura urbanística aún es heredera de viejas dicotomías: construido-no construido, privado-público, equipamiento-vivienda, circulación-verde, etc. Pero la calidad de la vida urbana a menudo se decide, al menos en parte, en los espacios de transición. Podemos dar algunos ejemplos, tanto positivos como negativos. Un buen ejemplo sería el Centro Pompidou o el Parc de la Villette en París . Apenas hay solución de continuidad entre el entorno, la explanada delante del

Entorno del Centro Pompidou en París

Pompidou, las zonas verdes y la avenida y el canal alrededor de la Villette y los equipamientos culturales de alta calidad. Cualquier persona puede transitar fácilmente por estos espacios de transición y acceder sin problemas a los bajos de los edificios. En la misma ciudad, sin embargo, encontramos el caso opuesto: la Grande Bibliothèque, que crea un espacio a su alrededor totalmente inhóspito. En Barcelona encontramos un ejemplo positivo de espacios de transición que permiten acceder con cierta facilidad a los imponentes edificios de equipamientos, como los que rodean al Macba y al CCCB. Todo parece indicar que, por ahora, el ejemplo negativo lo constituirá la zona Fórum.

Zona Bicocca en Milán

Los espacios de transición también se pueden generar en torno a los complejos de edificios de servicios o de oficinas, a zonas industriales reconvertidas, a equipamientos educativos u hospitalarios o a grandes edificios públicos. ¿Por qué razón los equipamientos culturales deben transmitir una imagen de fortaleza? ¿Por qué no pueden los edificios públicos, de gobiernos o administraciones, dar ejemplo y convertir sus plantas bajas en espacios de cultura o de ocio, en galerías o en cafés? Si la Bicocca (Milán) o Lingotto (Turín) nos muestran la reconversión de una zona industrial tradicional en una área urbana animada, como también se ha hecho en viejas zonas portuarias, ¿por qué razón la gestión urbanística pública no evita las operaciones especulativas y la creación de zonas segregadas por doquier, como los proyectos Barça2000 o camelos como los "parques tecnológicos", que inicialmente habían sido aprobados en Cataluña? ¿Por qué tenemos que admitir que los complejos de oficinas o los grandes centros comerciales den la espalda al espacio público (véase el horrible centro Diagonal Mar o la catedral kitsch en el desierto que es el centro La Maquinista) cuando existen experiencias en el mundo que muestran la viabilidad económica y la eficacia urbanística de centros integrados en el paisaje y la vida ciudadana (sin ir más lejos, L'Illa)?

Incluso en el caso de conjuntos de viviendas es posible y deseable construir espacios de transición. Un ejemplo interesante de arquitectura urbana es la Villa Olímpica , donde es fácil percibir el esfuerzo que se ha hecho por establecer una graduación entre espacios abiertos públicos, semipúblicos, colectivos privados y privados particulares; y otro ejemplo está constituido por los barrios regenerados, como el de Sant Cosme, en los que se ha conseguido aumentar la calidad y el mantenimiento de los espacios colectivos cuando han pasado a ser gestionados por la comunidad de propietarios.

Actualmente, se han experimentado formas urbanas con éxito, como la manzana abierta, que facilitan la creación de los espacios de transición, unos espacios que pueden convertirse en escuela de civismo.

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NOTA FINAL: SOBRE LOS ESPACIOS DE ESPERANZA (13)

Harvey, en su reciente libro, defiende los espacios de esperanza que se pueden encontrar en las confrontaciones sociales, políticas y culturales en el ámbito del territorio o de la ciudad. El propio Harvey, al igual que Neil Smith, Michael Cohen, Tom Angotti, Saskia Sassen y Michael Dear, todos ellos intelectuales reputados, de orientaciones diversas y de procedencia norteamericana, se mostraron más bien pesimistas en el diálogo sobre "La ciudad del siglo XXI", celebrado en el marco del Forum de las Culturas 2004. Los diálogos que siguieron confirmaron las justificadas preocupaciones del primer día: "Los urbanistas y el poder", "Las arquitecturas contra la ciudad", "El miedo en la ciudad actual" y "Las ciudades frente a la globalización". Los títulos son suficientemente significativos y a menudo las presentaciones problemáticas predominaron con respecto a las propuestas optimistas.

Pero la semana siguiente, los diálogos "De la marginación a la ciudadanía", protagonizados por dirigentes de movimientos populares urbanos de todo el mundo, aportaron una respuesta más positiva: la afirmación del "derecho a la ciudad" y de la necesaria confrontación de valores y de concepciones sobre la ciudad. Contra la ciudad del miedo, del mercantilismo y de la ostentación, la ciudad de la ciudadanía o del civismo, sin moralina, con objetivos urbanos políticamente fuertes, culturalmente sofisticados y socialmente igualitarios.

Notas

  1. El autor se excusa: este artículo está escrito con una reprimida, aunque no del todo, irritación. Me irrita el poder que pretende educar a los ciudadanos con buenos consejos, admoniciones o regaños. Lo que debe hacer el poder son las políticas públicas reales, es decir, determinar cómo se ordena y se mantiene la ciudad, cómo se promueve la buena arquitectura y cómo se facilita el uso del espacio colectivo. Los manuales de "civismo" me recuerdan al "tratado de urbanidad" que, en los años cincuenta, cuando yo era adolescente fue la causa de que me expulsaran de la escuela. Querían que me lo aprendiera de memoria para castigarme por el poco caso que hacía a una disciplina absurda, la otra cara de una enseñanza retrógrada. Se lo tiré a la cabeza y todavía siento cierta rabia. No me gusta la palabra "civismo" pero sí me gusta el concepto de "ciudadanía".

  2. Véase El País 10/09/04.

  3. Véanse los mecanismos de gestión urbana para las ciudades de Barcelona, Bilbao, Madrid y Valencia en Borja, J.; Muxí, Z., eds. (2004). Urbanismo en el siglo XXI , Barcelona: Edicions UPC.

  4. Concepto engendrado por Francesc Muñoz que da nombre a su tesis doctoral presentada en junio de 2004: Urbanalització: la producció residencial de baixa densitat a la província de Barcelona, 1985-2001.

  5. Véase Borja, J.; Muxí, Z., eds. ( op. cit. ).

  6. Véase Borja, J. (2005). "La ciutat futura és avui" en Fira i ciutat , abril 2004 y "Barcelona Ecologia" (2002) en Barcelona, ciutat mediterrània, compacta i complexa. Una visió de futur més sostenible . Barcelona: Agenda21-Ayuntamiento de Barcelona.

  7. Véase Bohigas, O. (2004). Contra la incontinència urbana. Reconsideració moral de l'arquitectura i la ciutat . Barcelona: Diputación de Barcelona.

  8. Véase Ingersoll, R. (1996). Tres tesis sobre la ciudad . Madrid: Revista de Occidente nº 185.

  9. Véase Martinotti, G. (1993). Metrópoli. La nuova morfología sociale della città . Milán: II Mulino.

  10. Véase Augé, M. (1994). Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la modernidad. Barcelona: Ed. Gedisa.

  11. Véase Florida, R. (2002). The rise of the creative class , Nueva York: Basic Books.

  12. Véase Borja, J.; Muxí, Z. (2001). L'espai públic: ciutat i ciutadania , Barcelona: Diputación de Barcelona.

  13. Hacemos referencia al título del libro de David Harvey, Espacios de Esperanza . Ediciones

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