Arquitectura es ahora Geografía
Este artículo reúne una serie de reflexiones que se han considerado especialmente significativas a la hora de abordar la condición compleja y definitivamente híbrida de las actuales estructuras urbanas que definen hoy nuestro entorno y de plantear en ellas escenarios de encuentro entre antiguas categorías estancas: natural y artificial, arquitectura y paisaje, ciudad y territorio.
Más que de "arquitecturas-objeto" trataremos, en efecto, aquí, de "arquitecturas-entorno" definidas como escenarios en la encrucijada, entre escalas y lugares, entre tensiones y solicitaciones, entre límites y fronteras, más allá de viejos precintos y dicotomías. Antitipos pues para una ciudad definitivamente carente de modelos tipológicos o formales, que se manifestarían no ya a partir de un nuevo "orden" totalizador, sino a partir de nuevos acoplamientos, de nuevas uniones, de nuevos cruces de información(es) más flexibles y desinhibidos (por desprejuiciados) entre arquitectura y naturaleza destinados, en último término, a proyectar al individuo en posibles geografías de transferencia entre éste y el propio mundo. Ello remite a un abordaje de la ciudad y del territorio formulado más allá de los viejos paradigmas del urbanismo tradicional: (tejido, planimetría, edificación... trazado) pero, también, más allá de los viejos anhelos de "autonomía disciplinar" que habrían caracterizado las últimas décadas.
Un abordaje que, por el contrario, simultanearía influencias y aportaciones transversales provenientes del mundo del arte (Iand-art, situacionismo...) de la física y la matemática (ciencias del caos, lógica difusa...) de la computación (procesos de datos, programación...) de la biogenética (patrones evolutivos...) del pensamiento (nueva literatura, nueva filosofía...) de la antropología (fenómenos de interacción...) etc., no ya para proponer, tan sólo, otras posibles estéticas -otras figuraciones- sino para explorar, sobre todo, una posible -y nueva- "naturaleza de las cosas", combinando y simultaneando -activando e interactivando- informaciones múltiples y no siempre armónicas en un mismo marco de relación.
Hablaremos entonces de arquitecturas "reactivas" capaces de reaccionar frente al medio (el lugar, el contexto) y de activarlo (de traspasarlo, de transferirlo) más allá de sus propios límites, exteriorizándolo hacia otros lugares, virtuales, de la propia ciudad, en un movimiento de bucle o feed-back; extremando la condición orgánica de la propia forma; provocando contaminaciones y mutaciones entre sistemas y escenarios; convocando lo genérico y lo singular, lo determinado y lo indeterminado, lo mineral y lo vegetal, en nuevas operaciones de esqueje e hibridación; desarrollando nuevas estructuras de definición topológica; comprimiendo, en definitiva, la propia naturaleza -local y global- de la ciudad en nuevos "paisajes" multicapa; nuevos entornos para nuevas naturalezas: matrices animadas, pliegues compresivos, geometrías sintéticas de brotes, vetas y revesas, pero también forrajes y tatuajes conformarían, así, un nuevo repertorio "naturartificial" referido más a configuraciones "irregulares", de orden diferencial, que a viejas volumetrías edilicias, compactas de orden reticular.
A evoluciones dinámicas más que a posiciones estáticas.
A desarrollos impuros más que a figura(cione)s esenciales.
A lógicas digitales más que a modelos analógicos.
A procesos más que a sucesos.
A topologías más que a tipologías.
A "paisajes" más que a "edificaciones".
Arquitectura es (entonces) geografía.
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Criss-crossing: el lugar en la encrucijada
Somos conscientes, hoy, de que la rigidez estática -la previsibilidad y la permanencia- de la ciudad tradicional y de los parámetros de proyecto a ella asociables (control, figuración, estabilidad...) han cedido ante la indeterminación y mutabilidad de la ciudad contemporánea, más escorada, por el contrario, hacia las manifestaciones dinámicas de un organismo definitivamente inacabado (y abierto) en constante proceso de evolución, distorsión y transformación. Ante esa progresiva dimensión infraestructural (más que formal) de la ciudad y del territorio una posible vocación reactivadora de la arquitectura contemporánea propondría asimilar y procesar las condiciones de ese nuevo entorno más difuso, "operativizándolas" a partir de otro tipo de organizaciones más flexibles, susceptibles de combinar estímulos, informaciones y mensajes diversos en trayectorias variables y ya no necesariamente puras u homogéneas. El frenético afán compositivo por diseñar formas -nuevas o viejas- se sustituiría, así, por una vocación relacional, menos figurativa y objetual, más "informal" y "abierta", por no predeterminada, destinada a sintetizar las tensiones y energías del lugar ya "transferirlas" simultáneamente, a otras "dimensiones", otras "escalas", otras "situaciones" en resonancia con las propias condiciones de un entorno global, más ambivalente, en el que éstas se enmarcan. Lo que otorgaría fuerza al proyecto sería precisamente esa capacidad de impulsar el lugar en el sentido de entrar en resonancia, sinergia e interacción con él y, al mismo tiempo, de "trascenderlo", de "transversalizarlo" (o multiplicarlo) más que de "acabarlo" (o completarlo)- evidenciando, así, sus potenciales; venciendo sus inercias; "desvelando" el paisaje de lo que "ya es " pero, también, de lo que "no es del todo":
El lugar, como entorno específico, como contexto multiplicado, como campo de maniobras, no sería ya un "centro" sino un "límite".
Se trataría de "x" (más que de "+", y no de "-" o "=")
Ser un lugar y, al mismo tiempo, convocar otros muchos.
El espíritu del lugar (el Genius loci) dejaría de remitir, así, a unos principios esenciales, identificables, para convertirse en una abstracción cada vez más difusa: la de un campo multiesalar, casi "espectral", de fuerzas visibles e invisibles, múltiples y mutables, que registrar tensiones o solicitaciones globales y locales, en vibración e interacción mutuas. La auténtica dimensión cultural de la arquitectura contemporánea provendría, pues, de esa disposición a encarar con eficacia esa aparente ambigüedad de nuestro entorno a partir de una nueva inteligencia operativa (sistemática y sintética pero también sensible a la impureza, a la alteración, a la contaminación) que vería precisamente en la propia noción de "campo" (y en el cruce de fuerzas, de tensiones, de escalas, de acciones y actividades, etc." que lo surcarían) ya no un envolvente protector o un referente seguro, sino una situación expectante -incompleta- a "reimpulsar". Tejiendo relaciones aunadas, entrelazadas, mestizas; abriendo el lugar a los diferentes flujos que lo habitan y habitan la ciudad pero proponiendo también, en él, nuevas y extrañas uniones, situaciones de intriga, paradojas, concibiendo sub-sistemas en el sistema capaces de generar nuevos movimientos relacionales (más abiertos e interactivos) pero, también, más indisciplinados, inesperados, capaces de desestabilizar toda convención al plantear enunciados aparentemente imposibles, léase impropios o contradictorios, enunciados rebeldes o paradojas asociadas al sistema y más allá del mismo,
Hemos escrito alguna vez sobre la voluntad transgresora del proyecto contemporáneo y su capacidad para plantear -y resolver- nuevas paradojas destinadas a trastocar los códigos ortodoxos (y seculares) de la disciplina fusionando conceptos dispares (arriba y abajo, exterior e interior, dentro y fuera, figura y fondo, público y privado, natural y artificial) en nuevas uniones híbridas. Son éstos protocolos posibles aparentemente imposibles, bucles o enroscamientos de aparentes oposiciones o contradicciones que subyacen en la propia definición irregular -"indisciplinada"- de los sistemas dinámicos significantes, combinaciones, pues, en el "sistema" y, al mismo tiempo, fuera de sus convenciones.
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Arquitecturas y paisajes
Muchas de las acciones que aquí se presentan se configurarían, en efecto, como escenarios de cruce, "tensados" por fuerzas dispares: diluirse o enroscarse, fluir o anclarse, desaparecer o evidenciarse, maniobras múltiples destinadas a unir el proyecto (concreto y abstracto, próximo y lejano) con su medio, desde esa extraña doble acción de "territorialización por extracción-transformación" a la que aludiría François Roche:
"extracción" como "reacción" ante el lugar; "transformación" como "acción" -o "incidencia"- en él; territorialización como manifestación de una lógica geográfica en él: topográfica, topomórfica y/o topológica. En este sentido, el interés de las nuevas propuestas sería el de ofertar dichas -inesperadas- relaciones híbridas que harían de los lugares iniciales "proto-arquitecturas" y de las arquitecturas insólitos "protolugares" produciéndose, así, una rica retroalimentación formal: las arquitecturas funcionarían como "paisajes", los "paisajes" como arquitecturas.
Concebir arquitecturas como "paisajes" sería, pues, romper las fronteras entre territorio y ciudad, escenario y escena, observación y acción. Entre figura y fondo. Ese compromiso (recurrente en la crítica contemporánea) entre "arquitectura" y "paisaje" cobraría, entonces, especiales connotaciones. Si el proyecto habría asumido, hasta ahora, un doble papel (como objeto -dispositivo- y como símbolo -icono-) también podría entenderse, ahora, como un "campo de relaciones" (asumiendo esa capacidad "relacional" del paisaje como "espacio abierto" pero también como "escenario narrativo", "panorama o espectáculo" de/en un territorio). Paisaje, entonces, como "escenario de movimientos", pero también como" territorio de notaciones" de la propia realidad. En este sentido, la idea territorializadora de una arquitectura "convertida en", "interpretada como" o "asociada al" paisaje -una arquitectura como un "entorno"- remitiría inmediatamente a la noción de geografía física o de datos: "cartografía" o "mapa" de territorializaciones:
"Proyectos-mapa" o "arquitecturas-paisaje" = "mapas de nuevas geografías".
La noción de "campo" referida al lugar ya la propia arquitectonización del lugar -y ya no, tan sólo, la de "contexto", o al menos la de "lo contextual"- sugeriría, pues, una nueva condición más abierta, y abstracta, más flexible y receptiva ("reactiva") del proyecto contemporáneo lejos de la evocación clásica o de la (im)posición moderna. Hablar, entonces tan solo, de "edificios" o de "edificaciones" (en su sentido habitual) no reflejaría esa extraña situación de intercambio en una arquitectura que se definiría entonces, a su vez, como ese "entorno reactivo": un campo de fuerzas dentro de otro campo de fuerzas, ambos entendidos como lugares intermedios entre espacios y territorios, entre agentes y disciplinas, entre condiciones y solicitaciones, entre clases y casos; paisajes ambiguos en geografías ambiguas a su vez, asociados a relaciones básicas de fluctuación topológica, de mallado y enlace, de enroscamiento o revesa, de quiebro o fractura. Si el orden interno de tales maniobras podría ser considerado casi sicogeomórfico -"geológico", "geodésico" o "geográfico"- el proyecto (realzando las tensiones principales, parcial o totalmente ocultas, del lugar y de los lugares en él concertados) se articularía a partir de dichas fuerzas latentes que se podrían apreciar como estratos -y estadios- de otras situaciones y movimientos llevados a una situación de máxima tensión, fomentando, así, múltiples interacciones entre escenarios, escalas y actividades:
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La era de la "(di)fusión"
Arquitecturas "brotes" y arquitecturas "maclas", arquitecturas "mallas" y arquitecturas "circuitos", arquitecturas "suelos" y arquitecturas "enclaves"". Muchas de las claves que se manejan en el proyecto contemporáneo tenderían a sugerir esa posible "(trans)fusión" en (y con) el "medio", relacionada con la creciente desconfianza hacia la presencia arrogante de una arquitectura entendida (tan sólo) como objeto -o figura- "varada": volumen puro y destacado, recortado contra -y ajeno a- el fondo de la acción. Esa progresiva imbricación -y solapa miento- entre figura y fondo, a la que aludíamos aquí, esa fusión o ese "acople" -cada vez más evidente a medida que se producía el traspaso de lo más edilicio a lo más paisajístico, de lo más tectónico a lo casi-topográfico, de lo euclídeo a lo fractal- podría interpretarse, desde una perspectiva esencialista y resistente, como una astucia escapista: una "deserción" de la tradicional idea de forma; una "pérdida" de sus antiguos valores "substantivos" o una "renuncia" a su antigua -y solemne- misión "representativa" y "posicional". Ahora bien, si ese proceso de trasvase entre objeto y medio, esa "disolución" de sus antiguas manifestaciones "categóricas" (ese progresivo desbaste de sus perfiles, de sus bordes, de sus fronteras, en geometrías y siluetas más vagas e irregulares) aludiría a un relajamiento, flexible e informal, de la forma compacta (como "contrapunto" orgánico la saturación volumétrica de lo urbano) también respondería, en la mayoría de los casos, a criterios fundamentalmente operativos capaces de generar "agenciamientos", más flexibles por precisamente "difusos", susceptibles de compatibilizar programas, de concertar trayectorias y de combinar incorporaciones y distorsiones en nuevas geo-acciones dinámicas entre lugar, arquitectura y medio, no exentas, pues, de suaves matices ecológicos (unión de potenciales, aprovechamiento de energías, reciclaje de recursos, integración de acciones) directamente relacionadas con el papel de la arquitectura en nuestro tiempo, y su nueva y posible función como plataformas conectivas en unos escenarios progresivamente congestionados por la producción y el consumo de objetos, pero igualmente marcados por la transferencia de una información múltiple, desprejuiciada (y descodificada) abierta a la instrumentalización rápida de datos y estímulos cada vez menos "homologados" y "categóricos"; cada vez más dispuestos a la mezcla y la hibridación: "fusión y transfusión", "captura y manipulación", "levedad e inmaterialidad" -"zapping", "sampling", "chocking" y "folding"- permitirían cuestionar el significado de lo que habríamos venido denominando secularmente "objeto arquitectónico" (presencia y esencia) y a su hipotética (di)fusión en una civilización de desplazamientos (como movimientos, como deslizamientos y como extrañamientos); de desvanecimientos, de desapariciones y desmaterializaciones pero, también, de mezclas, acoples e interacciones, que tendería a simultanear lo virtual y lo real, lo sustantivo, inmanente) y lo fortuito (contingente); lo natural y lo artificial, de nuevo. Los antiguos enfrentamientos darían lugar, entonces, a nuevas situaciones de cooperación y esqueje, de unión y multiplicación: a nuevas naturalezas "astutas" capaces de vincular informaciones aparentemente antagónicas y de combinar potenciales, disolviendo, borrando o difuminando límites y perfiles -puros, unívocos, opacos- en nuevas acciones "mestizas".
Es éste, en efecto, un momento excitante de enérgicas búsquedas, de reiterados ensayos que intentarían salvar las contradicciones entre toda una larga serie de dualidades históricas, objeto hoy de ese "choque" hibridador -progresivamente trasgresor, por reformulador que no debería interpretarse, pues, como una tendencia aparente a la "imitación", a la "ocultación", a la "invisibilidad", al "disimulo" o al "disfraz" (a la "deserción" de la forma en suma, a la que antes aludíamos) sino por el contrario, como una confianza reciente en lo impuro (lo no absoluto, la mezcla, pero también lo vago, lo indefinido, lo mestizo, lo contingente y/o reversible) destinada, en último término, a responder a solicitaciones concretas desde mecanismos de "fusión y transfusión"; de "recodificación", por "decodificación" (propuesta de nuevos códigos) y "descodificación" (superación de viejos códigos) en los que las "cosas" pasarían a ser "una y muchas" a la vez. Es decir, desde una "extraña" -por insólita, por singular, por artificial, irregular y heterodoxa, por, acaso, irreverente- celebración de la complejidad, como cohabitación/combinación de acontecimientos, realidades, mensajes y capas de información, superpuestos e interactivos. No se trataría, entonces, de "diluirse en" (o de "imponerse ante") la naturaleza sino de crear "otro" tipo de naturaleza(s).
Construcciones que, en el caso que nos ocupa, integrarían de modo artificial movimientos, o momentos, de la naturaleza, en unos casos "arquitectonizando" el paisaje (proponiendo nuevas formaciones topológicas: despliegues y relieves, mallados y repliegues, revesas y pliegues, ovillados y cizallamientos) en otros, "paisajeando" la arquitectura ("injertando" códigos -y motivos- orgánicos y sintéticos: inserciones, infiltraciones, incorporaciones, forrajes, floraciones, estampaciones... materiales alterados y alterables). La concepción distanciada, arrogante, esencialista, del objeto arquitectónico se sustituiría, así, por una actitud propositiva que aceptaría el artificio natural (orgánico y mecánico) como instrumento de trabajo: geometrías fractales más que geometrías euclidianas pero, también, incorporaciones y reciclajes, elementos y texturas en el límite entre lo tecnológico y lo basto, lo manufacturado y lo directamente incorporado: materia prima y materia manipulada. Tergiversaciones lúdicas, extrañas, ricas por bastardas, hechas de nuevos aromas ecológicos pero, también, de estrategias decididamente contemporáneas orientadas a una transformación desinhibida de las cosas o de sus imágenes con aires marcadamente desenfadados o falsamente ingenuos, a veces demasiado insolentemente elementales (por lo que de aceptación de sistemas manipulativos directos éstos tendrían: modelados, camuflajes, acciones gráficas y embalajes, juegos de analogías, narraciones y fabulaciones, como operaciones susceptibles de provocar nuevas referencias en el imaginario).
Dinámicas que provocarían no pocas desazones por su fácil y engañosa adscripción aparente a momentos recientes de la historia: ¿conexiones con el universo pop? ¿Herencias venturianas? ¿Traviesas figuraciones efectistas? La diferencia fundamental sería precisamente la superación de lo meramente iconográfico como puro motivo figurativo, esteticista, superpuesto, ornamental, para dar paso a una utilización programática de la geometría y de la imagen -ya no diletante o cínica, sino instrumental, positiva y positivista- susceptible de favorecer y construir esa "nueva naturaleza" de las cosas. La de un universo en el que la apuesta sería mucho más radical: la de descubrir nuevos especimenes surgidos de esquejes "contranatura" entre, precisamente, artificio y naturaleza.
Deslizamientos en los que desde el uso o desde la representación, desde la concepción edilicia o desde la escala territorial, la arquitectura -tal y como hemos señalado- se compondría con lo natural y la naturaleza se "arquitectonizaría" produciendo nuevas dinámicas disciplinares situadas a medio camino entre la confianza moderna en la invención de la forma -el artificio-y la llamada primitiva del juego espontáneo con la materia bruta -la naturaleza-. Nuevas dinámicas que estarían conformando un vocabulario incipiente, mestizo, en las que la acción sobre el lugar partiría de ese contrato híbrido -Land y Arch- jamás un injerto brutal, sino una posible imbricación entre dos categorías hasta ahora ajenas. Fusionando, contingente y ponderadamente informaciones y códigos en nuevos injertos en los que ciertos genes se combinarían con otros para responder con eficacia a situaciones locales y a flujos globales adoptando, así, una actitud flexible frente al entorno no muy alejada de la capacidad mutante -reactiva, por operativa e interactiva- que caracterizaría las nuevas tecnologías de procesamiento de la información (recuérdense los "ciborgs" mutantes de la serie "Terminator" o las propias "mutaciones" tácticas que se producen constantemente en la mayoría de los actuales videojuegos domésticos).
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Huésped y anfitrión: interacciones
En este sentido, un dispositivo entendido como un "campo abierto", tal y como lo planteamos en este trabajo, no se integraría, pues, ni se mimetizaría, no se impondría ni se arrojaría: "reaccionaría" con el entorno (físico y virtual) insertándose elásticamente, en él a fin de generar respuestas ambivalentes capaces de "ser" una y muchas a un tiempo: del lugar y de muchos lugares; "huésped" y "anfitrión"; "enraizado" y "cosmopolita"; "indígena" y "forastero"; natural y artificial: local y global... Tanto en la idea de "campo" como en la de dispositivo -entorno o paisaje- existiría pues, siempre, ese encadenamiento de juegos ambiguos entre "medio y mediador" (entre clase y caso, en definitiva): "medio y medio", "paisaje y paisaje", "campo y campo": escenarios y agentes (actuantes) a la vez, inscritos en un espacio "sinestético". En ese nuevo entorno, informacional y reactivo, esa naturaleza "mediadora" de una "arquitectura maquinadora " (más que de una "arquitectura-máquina") aludiría pues a su condición plural: compresora, procesadora, y emisora, organizativa y narrativa a un tiempo: interfase (interconector) e icono (símbolo) a la vez, tal como propondría Aaron Betsky: o interfase como "receptor" y "operador"; icono como "narrador" o vehículo de significados".
Los conceptos de "interfase" e "icono" combinados remitirían, así, ese posible doble significado del término "campo", no sólo como lugar sino también como dispositivo (esto es como "escenario" y como "acción", como "fondo" y "figura", como "medio" y como "trayectoria"). "Campo", pues, como medio y mediador. En ese escenario de "desplazamientos" -de movimientos y de extrañamientos, de encuentros y choques, de intrigas y (des)localizaciones, es decir de paradojas- quizás la mayor de todas ellas sería al propio deseo dual de "coincidir" con la realidad y, al mismo tiempo, de desarrollar una "visión crítica" sobre ella: resonar con el sistema y trascenderlo; infiltrarse, y distanciarse; en ese doble impulso de "colaborar" y de "intrigar", de "sintonizar" y de "distorsionar", de "aceptar" y de "superar", subyacería, de hecho, la principal dicotomía de nuestra paradójica situación actual, en equilibrio inestable entre los dos polos apuntados, es decir entre estrategias simultáneas de "fluctuación" y "desestabilización" combinadas. Por un lado, mediante la asimilación positiva del sistema; por otro mediante su perturbación (la sorpresa de la "intriga", de lo insólito por inesperado, de lo integrado y "ajeno" a la vez, de lo "intruso"); la extrañeza de lo ambivalente: de lo local y de lo global, de lo natural y de lo artificial, de lo indígena y de lo forastero, a un tiempo. Interesa esa capacidad no ya -tan sólo- resistente sino sobre todo reactivadora de lo intruso que aludiría a esa mezcla de infiltración táctica e ingerencia informal en una realidad anfitriona aparentemente estable (rutinaria) y de repente trastocada.
¿Cómo infiltrarse en la realidad y distanciarse al mismo tiempo de ella?
Ante una realidad productiva de "estándares" y/o de "marcas" (en la que el valor de a imagen cobra sentido, a menudo, tan sólo como "reclamo" comercial rentable, acumulativo y "desechable") una "reacción" auténticamente positiva no puede limitarse tan sólo al orden de lo "resistente" -la impoluta elegancia esteticista, la postura crítica al margen o la distancia autista- sino, por el contrario, ha de provenir del orden de lo táctico, lo astutamente "remitente". Frente a la inercia de los signos como "valor de cambio" (esa progresiva trivialización y homogeneización del objeto edificado como objeto de consumo o de franquicia) cabe proponer la fuerza de las acciones y situaciones "provocadoras de estímulo". Situaciones de límite -insólitas- , capaces de convertir combinaciones descartadas por "no-codificadas" en situaciones "productivas". Narrativas y operativas. Paradojas, pues, operativas como metáforas de "otros posibles". Trayectorias alternativas ajustadas, pues, a las propias situaciones contingentes de la realidad (con capacidad para propiciar un pacto beneficioso con los factores y agentes de su producción) y al mismo tiempo destinadas a transgredir sus propios límites.
Imágenes, pues, de "límite" (al filo de los códigos y de las categorías, de las cosas y de los acontecimientos) relacionadas, con la propia asunción de lo artificial y habituales en otras disciplinas "contemporáneas" como el cine o la publicidad capaces de hacer confluir, a veces contra natura y en un mismo tiempo, elementos, situaciones, referencias, códigos o energías diversas a partir de la exacerbación de la propia idea de cruce y encrucijada (imágenes al filo de las cosas y de los acontecimientos). Expresiones directas de mensajes contundentes (contundentes "upper-cuts" que proclaman la eficacia explícita de unos procedimientos abiertos a otras claves más allá de los significados literales, más allá del lenguaje convencional (más allá de los códigos ortodoxos) que actúan por deslizamiento, variación, expansión, conquista, travesía, reciclaje adaptación, imitación, captura, beso, modificación... por nuevas asociaciones y transversalidades...
Ésta es la posible fuerza del arte y la arquitectura contemporáneos, y uno de sus mayores retos: producir nuevos dispositivos capaces, al mismo tiempo, de generar "espacios evolutivos" -"paisajes"- y "mecanismos reactivos" -"paradojas"-.
Dispositivos, pues, capaces de formular "paisajes de encrucijada" (al filo de lugares y tiempos) y "enunciados de intriga" en los que, por ejemplo, la "cubierta de un edificio puede llegar a ser, al mismo tiempo, su principal suelo, una construcción puede al mismo tiempo una naturaleza, un crecimiento puede brotar en horizontal, una formación puede combinar genes incompatibles, diferentes niveles superpuestos pueden llegar a ser un único nivel desplegado o la 'gravidez' puede estar basada la 'desmaterialización'". Muchas de las aventuras disciplinares de los nuevos actores (léase Njiric+Njiric, Soriano-Palacios, Nox Architekten, No. Mad, Actar Arquitectura, Vicente Guallart, Duncan Lewis, MVRDV, François Roche & DSV, Greg Lynn, etc.), están basadas en este deseo de concretar en nuevos sistemas y nuevas espacialidades extrañas paradojas entre lo natural y lo artificial. No como imágenes estéticas sino como materializaciones de otras posibles trayectorias surgidas de una nueva arquitectura más extrovertida y vehicular. Capaz de comunicar los movimientos -y tensiones- interiores que la configuran (su topología) y de reaccionar ante los estímulos exteriores que la solicitan.
Son, éstas. Manifestaciones apenas intuidas, surgidas como respuestas directas a las nuevas demandas de adaptación y articulación que rigen hoy el espacio contemporáneo; a esa constante sensación de mutabilidad que impide ya cualquier idea de sedimentación; a aquellos datos ya no confortables del lugar; a la imposibilidad de un refugio claro en modelos tipológicos heredados de la ortodoxia disciplinar; o a la evidencia de una necesaria complicidad con la materialización de un paisaje desgarrado, múltiple y definitivamente abierto, desde el que reconocer la extraña fragilidad de una realidad in-between -de entretiempos y encrucijadas, definitivamente vaga e incompleta- pero también el potencial de reestructuración, de reactivación y cambio que en dicha realidad se adivina.
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